domingo, 12 de junio de 2011

Luz débil

Encendió la luz de la mesita. Miró el techo fijamente durante un buen rato sin pensar nada. A parte de su respiración y el roce de sus pies con las sábanas, nada rompía el silencio que desde hacía unas semanas reinaba en su piso. Desde que se marchó, la actividad en ese apartamento era casi nula. Javier se pasaba el día en su cuarto, y salía solo a por comida y a por tabaco. Todo le traía recuerdos indeseados que no hacían más que herirle. No quería recordar, no quería pensar. A ratos, incluso deseaba no vivir.
Se sentó sobre la cama y se encendió un cigarro. Era uno de esos momentos en los que deseaba morir. Y a la vez odiaba estar deseándolo. Y odiaba odiarlo. Lo odiaba todo. Miró fijamente la pared, débilmente iluminada por la luz de la pequeña lámpara de la mesita. Se fumó el cigarro y lo apagó en el cenicero que guardaba las colillas de los últimos días. Se tumbó en la cama, cerró los ojos.

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